Un sueño de plata
Un brillante y poderoso ejército, protegía a la Luna, eran las estrellas vigías, sus filosas puntas de cristal se rozaban en forma constante y en cada uno de sus recorridos sembraban la fría sensación del fragor de la guerra, intimidando a los habitantes del cielo.
A pesar de poseer tan magnífica protección, el reinado de la soberana no era absoluto, tenía un rival, el sol, de quien se decía era más fuerte, porque nadie lo respaldaba y se adueñaba del día, enviando a dormir a la luna junto a su séquito de estrellas.
Era una guerra tenaz, silenciosa entre dos reyes de ego muy alto, lo demostraban en sus atuendos, uno cubierto de oro el otro en plata. Destellaban en sus reinados, nada los superaba.
Más de una vez la luna envuelta en la tristeza de no poder conseguir su objetivo, se ocultaba en la noche, para no molestarla, las plateadas guardaespaldas, también hacían lo mismo. Después, cuando su ánimo mejoraba, iba saliendo con cierta timidez, riendo de algún chiste que le contaban al oído, su carácter se fortalecía nuevamente y se mostraba radiante con su cara llena de luz.
Un día, quiso el destino cruzarlos y se abrazaron en lucha.
Con el sólo fin de apagar la luz del otro dejaron al mundo en la más absoluta obscuridad.
El temor de los niños tan sensible a las tinieblas estalló en llanto, llenaron los ríos desbordando sus cauces, transformando a la tierra en un intenso diluvio.
La luna y el sol que siempre amaron a los niños, se dieron cuenta del desastre provocado por el viejo rencor, abandonaron la riña prometiendo que nunca más pelearían, resaltando los sentimientos sobre las cosas materiales y ellos tenían que dar el ejemplo.
Ahora la luna junto a su séquito de estrellas cuida a los niños de noche regalándoles sueños de plata y deja todas las puertas del cielo abiertas, para que entre su amigo el sol y los lleve a jugar hasta el cansancio.
Luego volverán felices a dormir junto a ella.
Mabel Díaz
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