Juntas por siempre
Resueltas a darle fin a un eterno conflicto, se encontraron en un lugar deshabitado, lejos de todo y de todos. Una con su humildad característica, la otra, con su inagotable soberbia.
Como siempre, su llegada fue puntual, se sentó en una roca y se dispuso a disfrutar del tibio sol que reinaba en ese momento, mientras sus pensamientos se ordenaban lentamente. Cuando ya estaba cansada de esperar, desde lejos, la vio venir, con un despliegue que era usual en ella. El viento se arremolinaba a su paso, levantando gran cantidad de polvo, haciendo girar cardones y opacando cuanto estaba a su alcance.
Se colocaron una frente a la otra, se dispusieron a comenzar la más cruel y sangrienta batalla que jamás se hubiera librado sobre esta tierra. Eran una vez más, y como siempre, la fuerza del bien y la fuerza del mal, preparadas para ver quien saldría triunfante.
El bien, con la amabilidad de la que siempre hacía alarde y sin intención de tomar ventajas, dio a elegir al mal, las armas con las que lucharían. El mal, sabiéndose ganador desde un principio y sin darle importancia a los pequeños detalles de la cuestión, invadido por la impaciencia que hacía que los pensamientos se mantuvieran aletargados o colocados en un segundo plano, se dejó influenciar por el apuro y eligió a la palabra como el arma que se usaría para atacar y defenderse en esta lucha.
Por supuesto, había tenido en cuenta que ella producía las heridas más profundas, difíciles de cicatrizar y que a veces podían ser mortales para el bien, que por haber sido el primero en llegar al lugar, tuvo derecho a la frase inicial. Como es de imaginar, intentó que fuese para convencer al mal a desistir de semejante despliegue y evitar que alguien fuese lastimado, algo que al mal tenía sin cuidado ya que encerrado en su egoísmo no podía medir las consecuencias.
En ese intercambio constante e infructuoso, comenzaron una pelea casi interminable. El bien sangraba por todas partes y el mal estaba bastante golpeado, el cansancio que había acudido en su ayuda, se estaba apoderando de él, además, como no tenía convicciones demasiado arraigadas y era presa de esta situación que le provocaba un gran aburrimiento, resolvió hacer un trato que obviamente, lo beneficiaría.
El bien, que si bien era humilde se sabía indispensable, aceptó, porque consideró que sin él, la humanidad estaría perdida.
Pactaron seguir como hasta en ese entonces, librando pequeñas luchas diarias en los seres humanos y dejando al libre albedrío de cada uno la elección, sabiendo ambos, ya que a ninguno le faltaba inteligencia, que se lograría un predominio de uno de los dos en cada ser; lo absoluto, en este campo jamás podría existir, porque detrás de cada ser malo, la bondad estaría para convencerlo de lo contrario y detrás de cada ser bueno, la maldad intentaría ejercer su influencia.
Lo más triste de todo, fue que dejaron a la palabra como el arma más potente que podría seguir usándose, eligiendo, algunos, emplearla como un emblema de destrucción infalible, a pesar que otros, supieron ser creativos y formar con ella frases donde el alma encontrase un real regocijo, acto que al bien lo autorizaría a embanderar su triunfo, aunque hasta lo más hermoso, podría ser fuente de malos entendidos, motivo por el cual, el mal se permitiría por todos los tiempos esbozar la más siniestra de las sonrisas.
Resueltas a darle fin a un eterno conflicto, se encontraron en un lugar deshabitado, lejos de todo y de todos. Una con su humildad característica, la otra, con su inagotable soberbia.
Como siempre, su llegada fue puntual, se sentó en una roca y se dispuso a disfrutar del tibio sol que reinaba en ese momento, mientras sus pensamientos se ordenaban lentamente. Cuando ya estaba cansada de esperar, desde lejos, la vio venir, con un despliegue que era usual en ella. El viento se arremolinaba a su paso, levantando gran cantidad de polvo, haciendo girar cardones y opacando cuanto estaba a su alcance.
Se colocaron una frente a la otra, se dispusieron a comenzar la más cruel y sangrienta batalla que jamás se hubiera librado sobre esta tierra. Eran una vez más, y como siempre, la fuerza del bien y la fuerza del mal, preparadas para ver quien saldría triunfante.
El bien, con la amabilidad de la que siempre hacía alarde y sin intención de tomar ventajas, dio a elegir al mal, las armas con las que lucharían. El mal, sabiéndose ganador desde un principio y sin darle importancia a los pequeños detalles de la cuestión, invadido por la impaciencia que hacía que los pensamientos se mantuvieran aletargados o colocados en un segundo plano, se dejó influenciar por el apuro y eligió a la palabra como el arma que se usaría para atacar y defenderse en esta lucha.
Por supuesto, había tenido en cuenta que ella producía las heridas más profundas, difíciles de cicatrizar y que a veces podían ser mortales para el bien, que por haber sido el primero en llegar al lugar, tuvo derecho a la frase inicial. Como es de imaginar, intentó que fuese para convencer al mal a desistir de semejante despliegue y evitar que alguien fuese lastimado, algo que al mal tenía sin cuidado ya que encerrado en su egoísmo no podía medir las consecuencias.
En ese intercambio constante e infructuoso, comenzaron una pelea casi interminable. El bien sangraba por todas partes y el mal estaba bastante golpeado, el cansancio que había acudido en su ayuda, se estaba apoderando de él, además, como no tenía convicciones demasiado arraigadas y era presa de esta situación que le provocaba un gran aburrimiento, resolvió hacer un trato que obviamente, lo beneficiaría.
El bien, que si bien era humilde se sabía indispensable, aceptó, porque consideró que sin él, la humanidad estaría perdida.
Pactaron seguir como hasta en ese entonces, librando pequeñas luchas diarias en los seres humanos y dejando al libre albedrío de cada uno la elección, sabiendo ambos, ya que a ninguno le faltaba inteligencia, que se lograría un predominio de uno de los dos en cada ser; lo absoluto, en este campo jamás podría existir, porque detrás de cada ser malo, la bondad estaría para convencerlo de lo contrario y detrás de cada ser bueno, la maldad intentaría ejercer su influencia.
Lo más triste de todo, fue que dejaron a la palabra como el arma más potente que podría seguir usándose, eligiendo, algunos, emplearla como un emblema de destrucción infalible, a pesar que otros, supieron ser creativos y formar con ella frases donde el alma encontrase un real regocijo, acto que al bien lo autorizaría a embanderar su triunfo, aunque hasta lo más hermoso, podría ser fuente de malos entendidos, motivo por el cual, el mal se permitiría por todos los tiempos esbozar la más siniestra de las sonrisas.
(Publicado en el libro Rozando el alma)
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