“Me miré en todos los espejos y ninguno me reflejó”
Jorge L. Borges
La cigüeña de bronce del respaldo de la cama muerde una víbora, segura que va a vencerla, levanta la pata y la apoya sobre la roca de la victoria.
Duermo bajo la escena estática creyéndola cierta, bendiciendo al ave que atrapó al maligno reptante, a veces me despierto para comprobar que todo sigue en orden y la serpiente no se le escapa del pico.
“Me miré en todos los espejos y ninguno me reflejó”, pero el del ropero que está enfrente de la cama me devuelve la imagen de la víbora que se libera y se desliza sobre la almohada para enroscarme el cuello, usando la sábana como un escudo me tapo hasta los pelos para no ver mi propia muerte. Entre la vigilia y la derrota de los párpados el espejo me confunde, veo a Odiseo atado en su mástil, subyugado por el canto de las sirenas.
El sueño me vence y el miedo se arropa, las pesadillas me hacen caminar entre nidos de cascabeles y cobras que me miran con ojos achinados produciendo una hipnosis que me permite disfrutar del sonido, ellas forman una mansa ronda rindiéndome pleitesía, reverenciándose ante mí como si fuese su reina. Se me suben por las piernas, se deslizan por mis brazos besándolos con sus lenguas bífidas, me cantan en los oídos en un lenguaje comprensible y compartido.
Las aves blancas de rubíes en los ojos nos acechan y amenazan, nos muestran las uñas con lodo de sus patas con escamas y los colmillos filosos escondidos en el pico.
Despierto en el respaldo de la cama de bronce, frente al espejo del ropero, en el que me veo en el pico de la cigüeña que deposita su pata sobre la roca de la victoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario