Intento escribir sobre mi ángel y me quedo haciendo garabatos en la esquina del papel. Dibujo una flor de cuatro pétalos, una chimenea con humo que se confunde entre las nubes donde vuelvo a encontrar a mi ángel. Lo pienso con una triste alegría que me hace escapar de esa imagen. Dibujo un árbol de copa frondosa y alta que llega hasta una estrella, donde lo escucho tarareando una dulce melodía, mientras saborea un Malbec.
Porque él es un ángel que renace en los acordes y brinda por la risa.
Es un ángel de palabras sabias y brazos gigantes en los que me hubiese quedado a vivir, porque huelen a leña encendida y saben a almendras con dulce de leche.
Ahora, garabateo una casita con camino al lago donde el ángel nada usando de trampolín el ala de un cisne.
En el costado inferior derecho, dibujo una mariposa, sabiendo que volará a buscarlo y con intención de evitarlo, la corto del papel y me la como con cuidado de no lastimarle las alas, la siento volar en mi diafragma, recorrer el esternón y alojarse entre el ventrículo derecho y la aurícula izquierda, justo ahí, donde anida mi ángel.
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