Las vías estaban muertas desde hacía muchos años.
El paso de transportes modernos, dejaron su existencia hospedada en el olvido. A nadie más le interesó la vieja estación, ni los paseos por el andén. El aeropuerto se convirtió en una mejor atracción, provocando en las personas, una amnesia sin retorno.
La gente no se preguntó por la máquina, ni los vagones.
El viejo Elvio guardó sus sueños de libertad en una maleta y se lanzó a las calles a buscar empleo. Toda su vida había sido maquinista del ferrocarril en esa época en que la gente al nombrar el oficio, lo hacía con mayúsculas y envidia.
Se subía a su corcel metálico que lanzaba humo y dominaba las praderas, uniendo los pueblos, transportando gente con esperanzas. Tenía dominio sobre los territorios y el don de acortar las distancias.
Años más tarde, mientras barría el patio del gran colegio, se sentía condenado a la soledad, lejos de sus sueños pero renaciendo en ellos.
El guardabarreras, tuvo un destino similar.
El olvido con sus velos envolventes, los enrolló en los confines de un pasado, que solamente siguió latente en el recuerdo de quienes no desearon perder la memoria, ya que hicieron de esos instantes los mejores de sus vidas.
Fueron por años dos seres alejados de sus deseos.
Nadie recuerda como ni cuando terminaron sus días.
Todos los habitantes cercanos a la estación, aseguran que, carcajadas intensas invaden el aire, mientras el silbido de un tren suena en el viento, quince minutos antes de la media noche, al bajarse por un instante y en forma inexplicable la vieja barrera.
(del Libro "Paralelismos")
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