
El vino no fue el culpable. Podría asegurarlo.
El pensamiento era obstinado y daba vueltas sin tener en cuenta las consecuencias. Ella vestida de gasa y brillando en satén se paseaba ante sus ojos creyéndose intocable. Coqueteaba desde sus formas, sus colores, sus sonidos.
Provocaba deseos, desataba instintos, lo inducía al pecado, al crimen, al duelo. Todo lo desatable estaba desatado, él no deseaba controlarse, pero el vino no fue el culpable, el culpable fue el pensamiento, que lo indujo a otras copas y a tenerla entre sus brazos, entre sus besos, aunque ella no quisiera.
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