Gabriel García Márquez
Mis pasos se hacían ágiles, pero a la vez temerosos. Deseosa de llegar, cruzar ese inmenso salón y pasar imperceptible ante las miradas que estarían esperándome.
Bajo mis pies la madera crujía provocando el mismo sonido que producía el roce de mis dientes.
Un leve sudor frió comenzaba a invadir mi cuerpo. Ansiedad, nervios, estupor, cualquier apelativo estaría bien utilizado.
No era la primera vez, no, no lo era.
El último paso y cruzar el umbral para llegar al salón, donde la tenue música reinante no llegaba a tapar los fuertes latidos de mi corazón.
Alguien fue a mi encuentro y me tomó del brazo. Tan encerrada en mis pensamientos que no me percaté que me estaba anunciando al grupo reducido de cinco personas sentadas en rueda en medio de la habitación.
Otro se acerco a mí, retiró la capa que cubría mi desnudez.
Me sentí frágil, vulnerable…
Siempre tenia la misma sensación, una y otra vez pasar por lo mismo.
Quiso sacar la máscara que tapaba mi rostro, mas no lo dejé. Esa era la condición, el único pedacito mío sin exhibirse.
Ahí lo vi a él, y él me miró. Nuestros ojos se fusionaron como otras tantas veces, “durante breves minutos estuvimos haciendo nada mas que eso: mirándonos”
Cuando una voz interrumpió ese lapso en que nos sentíamos unidos; todos los días jueves.
-Alumnos por favor, la modelo ya esta lista, ¡comiencen a dibujarla!
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