Reflexiones invasivas
Inventamos un mundo mágico
diseminado entre nuestras vidas cotidianas.
Teníamos la convicción que fue
concebido para sosegar
encadenamientos perjudiciales,
que día tras días tornaban gris
nuestros propios cielos.
Era un mundo con fronteras,
recatado, confortable, alentador.
Del que no osábamos cruzar esa
delgada línea que nos separaba,
entre esos infiernos tan temidos
y utópicos paraísos.
Detuvimos el tiempo,
una y otra vez,
nos aferramos a salvavidas nocivos,
para desviar nuestras miradas.
Lidiamos contra fantasmas,
que invadían
nuestras noches de vigilia.
Mendigamos cariño,
nos alimentamos del aire que nos rodeaba.
Temíamos caer al pozo oscuro
del vacío que nos absorbía.
Intempestivamente Luzbel,
se entrometió en nuestros caminos,
soltó lenguas,
hizo hablar miradas,
tentó caricias intencionadas,
fusionó deseos adormecidos,
envenenó nuestras sangres,
envició nuestras mentes reprimidas.
La intemperancia insumisa,
arrebataba el mundo inventado,
desvirtuaba lo cosechado,
inestabilizaba nuestra razón.
Rodamos hacia el pozo temido
que nos tragaba vivos,
aniquilando cariños,
coartando el amor nacido.
La cobardía enraizó nuestros pies,
discurrimos lo vivido y
nos sentamos como autómatas
a ver pasar el carro de los triunfantes,
aquel, al que nunca nos
atrevimos a subirnos.
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